La marca francesa Mash ha dado en el clavo a la hora de plantear una gama de motos a la última en tendencias con su estilo absolutamente clásico; toda una paradoja, pero así es. La prueba de la terraza no ha fallado. Aparcas la Five Hundred, te sientas a tomar “a relaxing cup of coffee madrileño” y empiezas a ver un desfile de curiosos con estilos muy diversos que giran la cabeza, se paran a escudriñarla o hasta hacen fotos con el móvil. No hablo por hablar, lo he hecho de verdad y ha pasado una decena de veces en tan sólo veinte minutos. La verdad es que estéticamente la moto es para relamerse. Qué buen gusto y acierto en los detalles, estéticamente hablando.
Mires por donde mires luce una imagen perfecta. Su motor monocilíndrico refrigerado por aire tiene un aspecto impecable, el depósito en forme de lágrima está primorosamente decorado en dos colores y rematado con protectores para las rodillas… detalles de categoría que nos retrotraen a los tiempos gloriosos de las motos clásicas inglesas, ¿o a las utilitarias y fieles japonesas de los 70 y 80?. Y es que sin duda su principal fuente de inspiración técnica esta en estas últimas, si bien estéticamente recupera detalles con pedigrí británico como el silenciador, los guardabarros cromados o los fuelles de goma de la horquilla. Estéticamente que cada uno saque conclusiones con sus propios ojos; pero para quien no tenga la moto a mano advertimos que en vivo es por lo menos tan bonita y deslumbrante como la ves en tu pantalla.
Pasemos a lo que no se advierte tan a simple vista. Cuando nos ponemos críticos y escudriñamos por sus esquinas comprobamos que para lograr tan atractivo precio no habido más remedio que ahorrar en ciertos aspectos: la tornillería es muy sencilla, los cromados esconden piezas de tosca terminación como las manetas o los espejos, las piñas de luces y los instrumentos carecen de la precisión y el tacto de que presumen las marcas de prestigio, el escay que forra su asiento es un poco “chungo”, los neumáticos pueden minar nuestra confianza incluso a simple vista…
Destinando un presupuesto extra podremos tener una preciosa Five Hundred a nuestro gusto
pero volvamos al principio: nos estamos llevando una moto de estilo impecable a la última en diseño y a un precio genial. Genial porque, si destinamos un poco más de presupuesto que el de la compra, vamos a poder dejarla a nuestro gusto particular, mejorar funcionalmente aquello que no nos convenza y sin habernos gastado un potosí a fin de cuentas, porque por el tipo de moto no hace falta tampoco recurrir a lo más exquisito del mercado de accesorios para conseguir componentes efectivos.Arranca como puedas
La Mash Five Hundred tiene hasta palanca de arranque, para jugar a intentar ponerla en marcha con una clásica patada. No obstante hace falta tenerlos bien puestos para conseguirlo,
La palanca de arranque es un detalle muy cool
no porque la palanca esté dura como sucedía en las motos de otros tiempos sino porque la desmultiplicación del piñón sobre el que actúa es inadecuada y para cogerle el truco hay que practicar mucho. Como nos comentaron los responsables de la marca cuando pasamos a recogerla por el fantástico concesionario (ver distribuidores en toda España) y show room que han inaugurado recientemente en la calle Martin de los Heros, 66 de Madrid -a quienes estéis por la capital os animo a hacerles una visita porque merece la pena, de verdad que nos os arrepentiréis- esto de la palanca es un detalle muy cool, pero que como muchas cosas en las motos Mash se está desarrollando contínuamente sobre la marcha, y probablemente las Five Hundred que sigan llegando próximamente incorporen mejoras en este apartado, entre otros. Todo hay que decirlo: aunque yo me desfondé tratando de ponerla en marcha “por narices” con la puñetera palanquita, en la puerta del concesionario me la arrancaron con este tradicional método a la primera… ¡para todo hay que saber! En positivo
| En negativo
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En cualquier caso pulsando el botón su motor de arranque da vida al monocilíndrico a la primera y ya está lista para comenzar la marcha. Hablando de la mecánica, a quienes tengáis unos años seguramente os recuerde a las Honda single de los 80 y 90, y no es casualidad puesto que esa es exactamente su procedencia. Cuenta con cuatro válvulas y uno de los detalles reveladores de su genealogía es la doble salida de escape, que ayuda a darle más empaque… y si se quiere hacer el fantasma, incluso presumir de bicilíndrico. El nivel sonoro no es muy elevado y las vibraciones ahí están como corresponde a este tipo de motor, pero tampoco resultan excesivas.
Entre las cosas claramente mejorables en el apartado dinámico se encuentra el tacto del embrague, excesivamente duro. Tampoco ayuda a manejar las marchas la palanca de cambio, con un diseño que llega a hacer daño en el pie. Al recorrido del mando del acelerador hay que acostumbrarse, porque es muy largo y para extraer toda la “chicha” del 400 (sí, se llama Quinientos en inglés pero es una cuatrocientos) hay que enroscar la muñeca hasta dislocarla -exagerando un poco…- pero una vez aprendida la lección no se mueve nada mal. El par del motor, su facilidad para recuperar (sin ser tampoco un prodigio) y la ligereza del conjunto la hace voluntariosa en ciudad y suficiente para desplazarse por carretera. Por su parte el chasis es de viga central y se mueve con facilidad gracias a su llanta delantera de 19 pulgadas, aunque las suspensiones de serie se muestran secas. Por su parte los frenos no son ninguna sorpresa: un disco delantero que cumple con su cometido sin demasiado tacto y un tambor trasero que sirve de mero apoyo.